Julio Riveros – “Inconsciente y desamparo hipermoderno”

El poder es la guerra proseguida por otros medios.

                                                                              Michel Foucault

Siguiendo la impronta nietzscheana, Foucault llamó biopolítica a un modo de ejercicio del poder. En Defender la sociedad, Foucault se ocupa de la tecnología del biopoder y toma la “hipótesis Nietzsche”[1].

En la clase del 7 de enero de 1976, señala: “el poder no se da, ni se intercambia, ni se retoma, sino que se ejerce y sólo existe en acto”. Las relaciones de poder son “una relación de fuerza en sí mismo”[2].

De este modo es alterada la concepción del poder basado en el contractualismo de Hobbes, Locke y Rousseau. Invierte el aforismo de Carl von Clausewitz “la política es la guerra por otros medios”, por el siguiente: “el poder es la guerra proseguida por otros medios” [3].

Para Nietzsche, la vida no es lucha por la preservación, es voluntad de poder. Junto al concepto de ‘fuerza’ (Kraft) utiliza el concepto de ‘poder’ (Macht), es decir, capacidad de apropiación y dominio.

Entonces, si el poder es fuerza, imposición, voluntad de dominio, se trata de una guerra que condiciona las relaciones de fuerza en las instituciones, en las desigualdades sociales, en los cuerpos, en el lenguaje. A propósito, Freud, en El malestar en la cultura, sostiene: “No es fácil para los seres humanos renunciar a satisfacer su inclinación agresiva, no se sienten bien en esa renuncia”[4].

La racionalidad neoliberal contemporánea, inspirada en la doctrina de la imposición, impulsa una modalidad de ejercicio de poder que J. Alemán llama, en sentido heideggeriano, “democracia emplazada”[5]. La democracia reducida a “un semblante más del mercado”[6], bajo la prevalencia de un orden simbólico con dominancia de la imagen.

Los DSM representan el código operativo de este higienismo global comandado por una reducción del síntoma al cuerpo biológico y a la categoría de trastorno (disorder).

Si el discurso hipermoderno impone lazos donde la verdad queda subsumida a los emplazamientos biopolíticos, Google, Big Data, dispositivos técnicos de consumo masivo, neurociencias, armas sofisticadas, solo para nombrar algunos gadgets, qué horizonte entonces concebir en un contexto donde el sujeto es forcluído, como sostiene Lacan en el Seminario de la Ética.

Se trata entonces de rescatar al inconsciente como “experiencia política”[7], en un contexto donde el neoliberalismo impone un logos hipermoderno y calculador, una cultura panoptizada que coloniza al sujeto.

La lógica de la racionalidad contemporánea impone el ascenso del objeto a al cénit de la civilización —como señaló J.-A. Miller— dejando al sujeto evaluado, clasificado, enfrentado a una desnudez que lo confina en un laberinto etiquetado como trastorno (una disfunción que lo deja fuera del orden del consumo) y cuya salida es ofrecida por el neuroquímico. En este sentido, Guillermo Belaga rescata de Ignacio Castro Rey la idea de “una psicopatología de la cotidianeidad capitalista”[8].

Esta reducción del ser diciente al bios por vía del cálculo utilitarista es el ejercicio de una voluntad de poder donde la verdad queda reducida a la eficacia y en consecuencia el síntoma arrasado por el biopoder. Una episteme degradada a la condición de plusvalor bajo el semblante de los expertos.

Este es el horizonte que, a mi gusto, es preciso interrogar desde nuestro campo, más allá de una necesaria caracterización del estado de cosas imperante. Una pregunta que no apunte a ninguna esencia, a ninguna prevalencia del ser, sino a una pragmática post-metafísica, en el sentido de una política, la del síntoma.

En este orden de cosas, me parece atinado Luis Tudanca cuando escribe: “Hay también una forma synthomática de hacer público lo privado que consiste, a partir de la invención de un significante nuevo, en sostener un decir menos tonto con pudor”[9].

Es necesaria una nueva poiética para los ser dicientes, en democracias fundadas en un suelo que no sea el del desamparo hipermoderno.

La actual alianza de los algoritmos financieros y los modelos neoliberales condujeron a encrucijadas sin salida, que Jacques Lacan ya había anticipado en sus primeros textos. En El estadio del espejo señala: «Al término de la empresa histórica de una sociedad por no reconocerse ya otra función sino utilitaria, y en la angustia del individuo ante la forma concentracionaria del lazo social cuyo surgimiento parece recompensar ese esfuerzo»[10]. Frente a semejante escenario de arrasamiento subjetivo el psicoanálisis de la orientación lacaniana instala su estocada a modo de una insistencia y frente al cual Lacan convoca a no retroceder.

 

Julio Riveros es psicoanalista, reside en Buenos Aires.

Docente de la UBA.

 

Notas bibliográficas:

[1]  Diaz, E., ‘Bios’ y ‘Poder’ en Foucault: el legado de Nietzsche, en El poder y la vida. Modulaciones epistemológicas,  Biblos Filosofía, Buenos Aires, 2010,  pp. 33-52.

[2] Foucault, M., Defender la sociedad, FCE, Buenos Aires, 2001, p. 27.

[3]  Ibid.,  p. 29.

[4] Freud, S., “Malestar en la cultura”, Obras Completas,  Amorrortu Ediciones, Buenos Aires, 1990,   p. 108 y subsiguientes.

[5] Alemán, J., En la frontera. Sujeto y capitalismo, Gedisa Editorial, Buenos Aires, 2012, p. 96.

[6] Ibid.

[7] Reportaje a Jorge Alemán, en http://www.blogelp.com/index.php/conversacion-con-jorge-aleman-en

[8] Belaga, G., Trauma, angustia, síntoma. Desafíos de la biopolítica, Grama, Buenos Aires, 2014.

[9]  Tudanca, L., Una política del síntoma, Grama, Buenos Aires, 2012, p. 47.

[10]  Lacan, J., Escritos 1, “El estadio del espejo”, Siglo XXI, Buenos